Con el tiempo la literatura cristiana se fue concentrando en otros aspectos del abanico temático que aparece en las escrituras. Algunos autografiados por sus autores y otros, los menos, pseudoepigráficos. Ciertamente, los diferentes aspectos de la doctrina –principiando por todo lo relacionado con la persona y naturaleza del Señor–, como después temas de la vida cristiana y de la devoción, tomaron enseguida preponderancia. Lamentablemente, al poco tiempo que todo este material literario comenzó a producirse, varias corrientes filosóficas griegas (especialmente el neoplatonismo) comenzaron a infiltrarse, sesgando de raíz el espíritu mismo de la enseñanza bíblica, cosa que persiste hasta hoy.
Pero algo que ciertamente se perdió, y creo que este libro recupera o, al menos, impulsa, es la literatura profética. No me atrevo a decir que sea el primero (pensemos en el clásico La Visión de David Wilkerson), pero por los tiempos en que estamos viviendo, creo que representa un aporte importantísimo para la iglesia, para despertar su espíritu profético, velado por capas de tradiciones, de contrataciones con el poder político, por pecado y, fundamentalmente, por un casamiento clandestino con el espíritu de Grecia. Lejos de ser novelesco y fantasioso, el profeta Jeremías Nielsen sabe poner en estas líneas lo que es el espíritu profético, no ya en grandes adalides de renombre, sino en niños y en un contexto familiar, mostrando la acción del Espíritu Santo no sólo en el mensaje mismo, sino en el llamado a despertar que está haciendo a la iglesia. No está hablando fantasías (difícilmente uno pueda escribir cómo es la dinámica del Espíritu a menos que haya estado inmerso en ella), es algo que vio y oyó; no es algo que inventa, sino que es un mover del Espíritu que se desarrolla en una nueva generación que se está levantando.
Ha sabido plasmar lo que hemos visto como equipo profético: cómo en el Espíritu se rompen distancias, tiempos, lenguajes, y todo tipo de limitación, establecidos por causa de la caída, y revive el dramatismo y cosmovisión bíblicos, aplastados por siglos de academicismo griego. Muestra una dinámica espiritual muy relevante para ser considerada por toda la iglesia, la cual, a su vez, es fuertemente exhortada. Además hay un mensaje poderoso, difícil de vislumbrar y peligroso de delimitar con nuestras mentes limitadas, pero perceptible en el espíritu: que viene un tiempo nuevo para la iglesia (y ese tiempo es ahora) y, así, un refrigerio para el mundo.